La revuelta se fortaleció en un pincel
del Caribe o del ocaso, si acaso.
Ha llegado a destruir al indigno,
ha mezclado las reglas del fracaso.
No blasfema si reclama sus derechos,
sus torcidos, más inclinados huesos.
Abundan los rosales en el cementerio.
Felices matrimonios fuman Derby Suave
y van jugando sus vidas a las apuestas del rumor
para perder, nada más que perder,
(a la luz de un mundo ajeno,
que no pudieron inventar)
hilvanes desangrados, en hilachas,
orgánicos orgasmos al dormitorio,
vinos en cenas malhabidas,
atardeceres más rotos que suspendidos
y parcelas con argumento de novela,
en los desalmados destinos de los polizontes
de aquel barco español que roba los peces
de los mares josefinos.
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Desde el olvidado frío de la sombra
preguntan las luciérnagas
si un ángel despachado
hace girar toda nuestra vida
con un aliento insensible
de promesa incumplida,
en palabras abandonadas.
Preguntan si el amor,
ese vicio inmaculado,
se acerca a medianoche
a envainar los hastíos
con sus rieles del olvido.
Si halcones acaso,
vastos e imponentes halcones
de ecos altaneros, ciegos,
despliegan sus plumones
avisando que alguien muere.
Y si tus pies descalzos
de milagros o pecados,
imponentes penden
entre despedidas mudas
cual herida de guerra,
que con solo decir "sangre"
desoxida el paladar
al lamer tu aliento ajeno hoy.
Como el ruido espontáneo que detona
de tus ojos inmortales,
las luciérnagas preguntan,
preguntan sin respuesta.